Evaluar la inestabilidad articular en la rodilla no es solo cuestión de detectar un fallo mecánico. Es entender qué estructuras están comprometidas, cómo afecta eso a la función del paciente y qué tipo de intervención puede ser la más adecuada. Ya sea por una lesión deportiva, un accidente o una debilidad progresiva, la rodilla inestable suele venir acompañada de sensación de inseguridad, dolor o bloqueos que limitan la vida diaria.
Por eso, antes de pensar en un tratamiento, necesitas hacer una valoración clínica completa. No basta con observar. Hay que palpar, comparar, realizar maniobras específicas y, cuando sea necesario, apoyarse en técnicas de imagen o pruebas instrumentales. Este proceso requiere tiempo, atención al detalle y un enfoque sistemático que ayude a detectar con precisión dónde está el problema.
Índice
Por qué es importante evaluar la inestabilidad de rodilla
Una rodilla inestable no siempre se manifiesta con dolor. A veces, lo que se nota es una sensación de inseguridad al caminar, al girar o al bajar escaleras. Esta inestabilidad puede pasar desapercibida si no se examina con el enfoque adecuado, y con el tiempo puede dar lugar a lesiones más graves, como roturas ligamentosas o daños en el cartílago.
Saber evaluar la inestabilidad articular en la rodilla permite no solo identificar el origen del problema, sino también prevenir complicaciones futuras. La evaluación clínica es clave para decidir si una persona necesita fisioterapia, cirugía o simplemente un cambio en sus hábitos de movimiento.
Qué puede indicar una rodilla inestable
Cuando la rodilla falla al hacer fuerza o cede de forma inesperada, el cuerpo lo percibe como una amenaza. Esta inestabilidad puede deberse a una lesión aguda (como una torcedura que daña el ligamento cruzado anterior) o a una alteración crónica, donde los tejidos ya no cumplen bien su función estabilizadora.
El problema puede estar en los ligamentos, los meniscos o incluso en la rótula. A veces, no hay dolor, pero sí sensación de bloqueo, inseguridad o chasquidos. Evaluar correctamente ayuda a entender si hay una inestabilidad mecánica real o si se trata de una percepción subjetiva que requiere otro tipo de enfoque.
Cuándo debes hacer una evaluación completa
Siempre que haya antecedentes de lesión, dolor recurrente, sensación de fallo articular o limitación funcional, conviene hacer una evaluación detallada. También en casos de actividad física intensa, rehabilitación tras cirugía, o cuando el paciente no mejora con tratamientos habituales.
Cuanto más pronto se identifique la causa de la inestabilidad, más eficaz será la intervención. Una exploración bien hecha evita errores de diagnóstico, acelera la recuperación y mejora la calidad de vida del paciente.
Exploración física inicial
Antes de aplicar pruebas específicas o pedir una resonancia, el primer paso para evaluar la inestabilidad articular en la rodilla es observar y tocar. La exploración física proporciona información valiosa sobre la estructura, el movimiento y los signos visibles de lesión. Muchas veces, lo que parece una molestia leve puede esconder una alteración más profunda si se sabe dónde mirar y qué buscar.
Observación en reposo y en movimiento
Comienza siempre con el paciente de pie. Observa si hay hinchazón, derrame, desviaciones del eje o diferencias entre ambas rodillas. Luego, pídele que camine. Fíjate en si cojea, si arrastra el pie, si hay inestabilidad al apoyar o si el gesto es rígido.
Al examinar en estático y en marcha, puedes detectar desde un desequilibrio muscular hasta una disfunción rotuliana o una falta de control postural. También conviene revisar la alineación de la pelvis y los apoyos del pie, ya que alteraciones en estas zonas pueden afectar a la estabilidad de la rodilla.
Palpación anatómica
Con el paciente en decúbito supino, palpa los puntos clave de la rodilla: la rótula, los cóndilos femorales, la meseta tibial, el tendón rotuliano y la cabeza del peroné. Hazlo de forma sistemática y compara ambos lados.
Las líneas articulares medial y lateral te orientan sobre el estado de los meniscos. Si hay dolor, crepitación o sensación de desplazamiento, pueden indicar lesión o inflamación. También debes palpar el hueco poplíteo y los tendones para detectar posibles contracturas, inflamaciones o signos de derrame.
Pruebas clínicas para valorar la estabilidad ligamentosa
Cuando ya has inspeccionado y palpado, el siguiente paso es comprobar si los ligamentos mantienen su función estabilizadora. Para eso, existen pruebas específicas que permiten evaluar la integridad del ligamento cruzado anterior, posterior y las estructuras que controlan la rotación. Estas maniobras deben realizarse con calma, en un entorno controlado y comparando siempre ambas rodillas.
Test de Lachman
El test de Lachman es una de las pruebas más sensibles para detectar rotura del ligamento cruzado anterior (LCA), sobre todo en fases agudas. Se realiza con la rodilla flexionada entre 20 y 30 grados. Una mano estabiliza el muslo, la otra empuja la tibia hacia delante.
Si hay un desplazamiento excesivo o una sensación de “vacío”, el resultado es positivo. Es útil cuando no se puede flexionar la rodilla a 90 grados, como ocurre tras una lesión reciente. Aunque requiere práctica, es una maniobra sencilla y muy fiable.
Prueba del cajón anterior y posterior
Estas pruebas valoran la estabilidad anteroposterior de la rodilla. Para el cajón anterior, el paciente se coloca con la rodilla flexionada a 90 grados. El explorador fija el pie y tira de la tibia hacia delante. Si se desplaza más de lo normal, puede indicar una rotura del LCA.
El cajón posterior se realiza del mismo modo, pero empujando la tibia hacia atrás. Si cede fácilmente, hay que sospechar una lesión del ligamento cruzado posterior (LCP). Ambas maniobras son fundamentales en el diagnóstico clínico.
Test de Pivot Shift
Esta prueba evalúa la inestabilidad rotacional anterior, también relacionada con el LCA. Con la pierna en extensión, se aplica una fuerza en valgo y una rotación interna, mientras se flexiona la rodilla. Si hay una subluxación de la tibia que se reduce en torno a los 30 grados, el test es positivo.
El pivot shift no siempre es fácil de realizar, especialmente si el paciente está tenso. Aun así, es muy útil para detectar fallos combinados de ligamento y estructuras secundarias.
Cómo detectar lesiones en ligamentos colaterales
La estabilidad lateral de la rodilla depende en gran medida de los ligamentos colateral medial y colateral lateral. Cuando alguno de ellos falla, aparecen síntomas como dolor localizado, inestabilidad al girar o al cambiar de dirección, y sensación de apertura en la cara interna o externa de la articulación. Existen pruebas simples y muy efectivas para evaluar su integridad.
Pruebas en valgo y varo
Las pruebas de estrés en valgo y varo son esenciales para valorar el estado de los ligamentos colaterales. Se realizan con la rodilla primero en extensión completa y luego en flexión de unos 20-30 grados.
Para el test en valgo, el examinador aplica una fuerza hacia dentro en la cara externa de la pierna, evaluando así el ligamento colateral medial (LCM). Si la articulación cede o el paciente siente dolor, puede haber una lesión.
En el test en varo, la presión se aplica desde dentro hacia fuera, valorando el ligamento colateral lateral (LCL). Ambos test permiten detectar tanto lesiones aisladas como combinadas con otros ligamentos.
Maniobra de Moragas
La maniobra de Moragas está indicada cuando se sospecha una lesión del LCL. Se coloca la pierna lesionada cruzada sobre la otra, con el muslo en rotación externa. Al palpar el ligamento, se percibe una pérdida de tensión o un desplazamiento anormal si está dañado.
Es una maniobra poco conocida fuera del ámbito clínico, pero muy útil en exploraciones manuales. Ayuda a precisar el diagnóstico cuando hay síntomas de inestabilidad lateral sin hallazgos claros en otras pruebas.
Evaluación de la rótula
Aunque suele pasarse por alto, la estabilidad de la rótula es clave en el equilibrio general de la rodilla. Una rótula mal alineada, hipermóvil o con displasia troclear puede provocar luxaciones recurrentes, dolor anterior y sensación de bloqueo. En este tipo de inestabilidad, la exploración clínica debe complementarse con imagen.
Pruebas de aprensión rotuliana
La prueba de aprensión consiste en desplazar la rótula lateralmente con la rodilla en ligera flexión. Si el paciente frena el movimiento o muestra signo de defensa, se considera positiva. Esta reacción refleja indica miedo a una luxación o una experiencia previa de subluxación.
También conviene palpar buscando chasquidos, crepitaciones o desplazamientos irregulares durante la flexo-extensión pasiva. Estas señales pueden apuntar a inestabilidad rotuliana, sobre todo si se acompañan de dolor anterior difuso.
Radiografías y signos anatómicos
Para confirmar la sospecha clínica, las radiografías son una herramienta sencilla y eficaz. La proyección axial a 30 grados es la más útil para observar la relación entre la rótula y la tróclea femoral.
Uno de los signos más relevantes es el de cruzamiento, que indica displasia troclear cuando la línea de fondo de la tróclea se superpone a la cortical anterior del fémur. Esta alteración ósea puede ser una causa estructural de la inestabilidad rotuliana, y conviene tenerla en cuenta al valorar tratamientos o derivaciones.
Pruebas para identificar lesiones meniscales
Las lesiones meniscales suelen estar detrás de bloqueos articulares, dolor en la línea articular y chasquidos internos. Aunque no siempre causan inestabilidad en sí mismas, pueden limitar el rango de movimiento y alterar la biomecánica de la rodilla, por lo que su evaluación debe incluirse en cualquier estudio completo.
Maniobra de McMurray
Con el paciente en decúbito supino, se flexiona completamente la rodilla y se realiza una rotación interna o externa de la pierna mientras se extiende progresivamente. El objetivo es reproducir el roce entre el menisco lesionado y el cóndilo femoral.
Si aparece un chasquido, dolor o bloqueo durante el movimiento, la maniobra se considera positiva. Es especialmente útil para detectar roturas meniscales, aunque su sensibilidad depende mucho de la práctica del explorador.
Maniobra de Steinmann I
Esta prueba se realiza también con la rodilla flexionada a 90 grados. El explorador sujeta la pierna y realiza rotaciones internas y externas de forma controlada. Si el dolor aparece con la rotación interna, puede haber una lesión del menisco externo. Si se desencadena con la rotación externa, es más probable que afecte al menisco interno.
Es una prueba sencilla, rápida y muy útil en fases iniciales, cuando aún no se dispone de imagen. Además, permite confirmar la sospecha si el dolor se localiza justo sobre la interlínea articular.
Técnicas de imagen y exploración instrumental
Cuando la exploración manual deja dudas o se necesita confirmar un diagnóstico, las técnicas de imagen y los instrumentos de medición ofrecen información objetiva y detallada. No reemplazan la evaluación clínica, pero la completan y permiten planificar mejor el tratamiento.
Resonancia magnética y ecografía
La resonancia magnética es la prueba más utilizada para valorar estructuras internas de la rodilla sin necesidad de intervención invasiva. Permite observar con precisión los meniscos, ligamentos cruzados y colaterales, así como detectar edemas óseos o lesiones cartilaginosas.
Tiene una sensibilidad alta (alrededor del 87 %) y una especificidad cercana al 93 % para diagnosticar roturas de menisco, por lo que es muy fiable. También puede detectar signos de inestabilidad crónica o combinada.
Por su parte, la ecografía es útil para explorar tejidos blandos superficiales, como los ligamentos colaterales, los tendones o la presencia de derrame articular. Es una herramienta rápida, económica y en tiempo real, ideal para el seguimiento o para consultas iniciales.
Uso del artroscopio y KT-1000
El artroscopio permite una visión directa del interior de la articulación, y aunque es una técnica quirúrgica, también puede tener una función diagnóstica en casos complejos o con hallazgos dudosos.
El artrómetro KT-1000 es una herramienta más sencilla que mide de forma objetiva la traslación anterior o posterior de la tibia respecto al fémur. Sirve para cuantificar la inestabilidad anteroposterior, comparando ambos lados. Es especialmente útil en lesiones del ligamento cruzado anterior y posterior, tanto antes como después de la cirugía.
Escalas funcionales para completar la evaluación
Además de las pruebas físicas y la imagen, existen herramientas estandarizadas que permiten cuantificar los síntomas, la capacidad funcional y el impacto de la inestabilidad en la vida diaria. Estas escalas no sustituyen la exploración, pero aportan un criterio adicional para valorar la evolución del paciente y la eficacia del tratamiento.
Escala IKDC
La escala IKDC (International Knee Documentation Committee) evalúa tres aspectos clave: síntomas, función de la rodilla y actividad física. El cuestionario es autoadministrado y asigna una puntuación de 0 a 100, donde los valores más altos indican mejor estado funcional y menos molestias.
Es una de las herramientas más utilizadas en estudios clínicos y seguimiento postoperatorio. Además, permite comparar resultados entre pacientes y fases del tratamiento de forma clara y sistemática.
Norwich Patellar Instability Score
Diseñada específicamente para evaluar la inestabilidad patelar, esta escala mide la frecuencia y gravedad de los episodios, el dolor y el impacto en la movilidad. También es autoinformada y se considera la más precisa en su categoría según revisiones sistemáticas.
Su uso está especialmente recomendado en pacientes con episodios repetidos de subluxación o luxación rotuliana, ya que permite registrar la evolución de los síntomas con el tiempo.
Evaluación comparativa y recomendaciones finales
Una buena exploración no se basa solo en saber hacer pruebas, sino en interpretar cada hallazgo en su contexto. Por eso, es imprescindible comparar ambas extremidades y analizar las diferencias. Una rodilla puede parecer estable hasta que se contrasta con la contralateral, y esa comparación puede ser clave para no pasar por alto una lesión.
También es importante realizar las pruebas en un orden lógico, combinando inspección, palpación, pruebas específicas y escalas funcionales. Si algo no encaja, se puede recurrir a la imagen o repetir ciertas maniobras tras el reposo o la actividad.
Recuerda que una evaluación precisa no solo facilita el diagnóstico: también mejora la comunicación con otros profesionales, orienta mejor el tratamiento y evita recaídas. Cada técnica aporta una pieza del puzzle, y el trabajo está en saber cómo encajarlas para ver el conjunto.